domingo, 14 de junio de 2015

LA OPORTUNIDAD DE LA INCLUSIÓN

Una sensibilidad sin sensiblería

El reciente informe de UNICEF sobre niños y adolescentes con discapacidad (UNICEF, 2013) ha permitido visibilizar a una población sobre la que hasta ahora se conocía muy poco. Como todos sabemos, el resultado más frecuente de la invisibilidad ha sido el olvido y la omisión. Por eso los informes son importantes, porque la forma más cruel de la exclusión es la ausencia de información y porque para cambiar algo primero hay que conocerlo.

Creo además, que los datos sirven para promover un tipo de sensibilidad (con las necesidades, las complejidades, los desafíos y las oportunidades) que no sea la de la mera sensiblería, que es tan común cuando se habla de niños con discapacidad.

Sería equivocado leer este informe como si hubiera sido escrito para destacar los derechos de un pequeño grupo. Entre otros motivos, porque no se trata de un grupo pequeño: en todo el mundo, se estima que más de 93 millones de niños, niñas y adolescentes (1 de cada 20) tienen discapacidades permanentes.

Además de esto, es importante tomar en cuenta que los derechos o las necesidades de los niños con discapacidad son parte de algo más grande, que es el derecho de todos los niños. Y que cuando algo los beneficia  a ellos los beneficia a todos. Por ejemplo: cuando en una escuela se agrandan las puertas, se acondicionan los baños o se construye una rampa para que acceda un niño que usa una silla de ruedas, se están generando mejores condiciones de confort y seguridad para todos los que estudian y trabajan en esa escuela. Otro ejemplo: cuando se hacen adaptaciones curriculares para mejorar las posibilidades de aprendizaje de alguien con discapacidad intelectual, se beneficia a todos los otros niños que tienen dificultades de aprendizaje en esa escuela.

Pero hay un beneficio aún más importante para todos y que consiste en una oportunidad de enriquecimiento personal, en el aprendizaje de valores, habilidades y conocimientos que trae la convivencia en un contexto de diversidad e inclusión.




Inequidades, miradas y efectos

Las inequidades que afectan a niños y adolescentes con discapacidad en el plano educativo se reflejan en el empeoramiento de todos los indicadores sociales. Existen matices y diferencias relacionadas con los distintos tipos de discapacidad. No son los mismos desafíos los que encuentra un niño con baja visión y los que enfrenta alguien con discapacidad intelectual, física o auditiva. Son realidades distintas y niveles de complejidad diferentes a la hora de dar respuesta.

Sin embargo, hay algo que todos los niños con discapacidad tienen en común. Se trata de algo que no está en las estadísticas, pues su naturaleza no se refleja en números. Es una vivencia común, fuertemente arraigada en la experiencia de la discapacidad a lo largo de los años y que aún perdura. Es la experiencia de una mirada que les dice que no van a poder, que son distintos, que es mejor que estén aparte.

Esas miradas empiezan muchas veces en la propia familia, cuando se le trasmite a un niño con discapacidad que “será siempre un niño”, negándole herramientas esenciales para desarrollar una vida independiente, o ignorando sus necesidades de desarrollo, de intimidad y de privacidad. Y continúan a menudo en la escuela y se reflejan en las bajas (a veces nulas) expectativas de los maestros.

Son miradas que suelen decir “pobrecito, yo lo ayudo” a la vez que ocultan los derechos.  Este tipo de “ayudas” que en realidad impiden a los niños con discapacidad ser sujetos de si mismos, preparándolos para ser receptores eternos de caridad. Una de sus consecuencias es la de naturalizar la dependencia, conduciendo muchas veces a situaciones de manipulación, abuso y malos tratos en el entorno familiar, en las instituciones de cuidado y en el ámbito educativo, como hemos venido comprobando en una investigación sobre maltrato a niños con discapacidad actualmente en curso.

Para quien quiera mirarlo desde el punto de vista de la sociología de la educación, esas miradas han sido estudiadas como “efecto Pigmalión”, por el cual se explica el fracaso escolar de aquellos niños que -independientemente de su coeficiente intelectual, se encuentran en un ámbito familiar o escolar en el que no se espera mucho de ellos[1]. Se trata simplemente de lo que conocemos como estigma, palabra que en latín define a “las señales, marcas o heridas que llevan en el cuerpo ciertas personas”. Efectivamente, son miradas que causan heridas, marcando a fuego la biografía y la forma de pensarse a sí mismos de los niños y niñas con discapacidad.

El resultado de estas miradas en el campo de la psicología se conoce como “baja auto-estima” y los psicoanalistas lo comprobamos a diario como una frustración permanente de las posibilidades de desear, soñar, confiar en uno mismo, acertar, equivocarse y hacer proyectos que son inherentes a la condición de sujeto.

Estar en el mundo siendo parte del mundo
La oportunidad de la inclusión quiere decir que además de cambiar las políticas públicas, es necesario también cambiar esas miradas. Existe hoy tiene la oportunidad de apostar a las herramientas de la educación inclusiva reorientando la experiencia acumulada en las escuelas especiales para ofrecer apoyo y recursos integradores a las escuelas comunes. Siempre es posible la inclusión. No porque no existan “necesidades especiales”, sino justamente porque todos las tenemos.

Se debe trabajar más con las organizaciones de personas con discapacidad y fortalecer a las familias para que sus hijos e hijas con discapacidad tengan acceso a condiciones de vida y rutinas cotidianas tan similares a las de sus hermanos y amigos sin discapacidad tanto como sea posible.

A similitud con lo que ocurre en los países que más han avanzado en este tema, Uruguay debe retomar este debate con espíritu crítico, movilizar nuevas voces, recuperar capacidades instaladas en las organizaciones de personas con discapacidad e integrar las experiencias de ayuda mutua, de rehabilitación basada en la comunidad y de Centros de Vida Independiente.

Pero fundamentalmente, se necesita comenzar a mirar a los niños con discapacidad y sus familias con la mirada de la inclusión, dar el mensaje de que es posible “estar en el mundo” siendo parte de él.

Sergio Meresman
Psicoanalista


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